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Las decisiones que no nos perdonamos


Empezaré contándote una anécdota...

  • Una pequeña historia

Cuando vas de viaje a visitar otro país, otro lugar, quieres conocer un poco de su historia, de sus calles, de su gente, de su cultura y de su gastronomía, ¿verdad?

Bien, pues, imagínate que en una de esas noches especiales en las que dices: ¡Hoy vamos a comer bien! Nada de bocadillos o restaurantes baratos... Imagínate que llevas días queriendo probar un plato típico de ese lugar. Por ejemplo, estás en Italia y te has encaprichado con probar un buen plato de pasta. Tu acompañante, por el contrario, no tiene ninguna expectativa, ningún capricho de antemano. Simplemente quiere probar lo que más le atraiga de la carta y acaba optando por un pulpo rebozado con verduras y una especie de sanfaina. Tú estás emocionado/a esperando tu plato elegido mientras que tu acompañante está disfrutando del momento y la compañía (¡tú, por supuesto, también! Pero para que nos entendamos al hablar de dos maneras distintas de gestionar la situación, situémonos en esas dos posturas a modo de ejemplo). Cuando llega el camarero con ambos platos en la mano y te los sirve, tú miras el tuyo, luego el suyo y piensas...: ¡Vaya! ¡Qué pinta tiene el de mi compañero/a! Acto seguido, cada uno prueba su propio plato y también el del otro y te dices: Jolín, ¡qué bueno está lo que se ha pedido! El mío también lo está, pero creo que me gusta más el suyo... He escogido mal... Y por el hecho de haber tomado una decisión en un lugar que será muy difícil volver a repetirla, sientes el peso de tu "mala" decisión. Te arrepientes, te maldices y empiezan a aparecer los 'Ojalá...'.

Esta situación es anecdótica, ya que no va más allá. Solo se trata de eso, de una elección con unas consecuencias. Estás en un viaje, son platos de comida (ricos los dos) y una experiencia increíble y placentera. Sin embargo, creo que es un pequeño ejemplo de lo que puede sucedernos fácilmente en nuestro día a día o en algunas ocasiones de nuestra vida.

  • El quid de la cuestión

¿Escogemos bien? ¿Escogemos mal? En general, yo, aquí, te diría que ni bien, ni mal... que simplemente escogemos en función de muchas cosas. Bonita respuesta, ¿no? Pero qué difícil es darla tras la sensación de haber hecho una "mala" elección, ¿verdad?.

Pon el caso de que haces una revisión vital y en vez de escoger platos de comida, escoges acompañantes de camino, parejas. Miras atrás y piensas... Qué mal he escogido en esta vida... No he tenido buen ojo... Bueno, puede ser que así lo percibas, pero lo que realmente nos hace daño no son tanto esas elecciones (que por sus consecuencias, probablemente, también), sino el valor que les damos o el juicio que hacemos sobre nuestra capacidad de toma de decisiones. Algo que queda muy bien reflejado en la película 'Lo que de verdad importa' del director Paco Arango (2017).

Cuando valoramos la idoneidad o no de una decisión que tomamos en el pasado, lo hacemos contando con una información que en el momento de tomarla no teníamos. En el caso de la anécdota que te contaba sobre elegir un plato de comida u otro, ¿sabíamos o habíamos visto como estaba presentado o qué sabor tenía? ¡No! ¡Lo supimos luego! Por eso no es justo que cuando no estamos satisfechos con una decisión que tomamos nos machaquemos una y otra vez pensando en la posibilidad de haber elegido otra opción.

El caso es que cuando se tiene la sensación de haber escogido mal, empezamos con los reproches y un sinfín de gestos autodestructivos más que dejan paso a la culpa, esa emoción que acostumbra a ser un tanto despiadada con nosotros. Nos convertimos en nuestro propio juez y nos infligimos un castigo para redimir nuestra culpa olvidando un juicio justo. En los ejemplos anteriores, el castigo podría ser pagar una penitencia en forma de rumiación.

La rueda sigue, ya que esos reproches, normalmente, acaban por hablar de lo que somos en vez de lo que hacemos. Pero cabe recordar que somos mucho más que una elección, o incluso varias, y que la culpa tiene que ver con el hacer, no con el ser. Esta emoción tan destructiva, no viene programada de antemano en nuestro código genético, sino que la hemos construido socialmente para poder castigar los actos, por comisión u omisión, que incumplen alguna ley, ya sea propia (como los "deberías" que nos autoimponemos) o de convivencia para la sociedad en general. De ahí que el castigo se entienda como una herramienta para corregir lo que está mal y, por tanto, promover lo que está bien. Pero la verdad es que ese no es el mejor método que se pudo inventar para tal fin.

Lo importante aquí, pues, no es tanto la decisión tomada, como la valoración que hacemos de ésta, qué nos decimos acerca de ello y cómo nos aferramos a ser responsables de la misma, porque cuando hacemos esto es cuando dejamos vía libre a la voz autocrítica del perfeccionismo como solución al problema.

  • ¿Cómo gestionar todo este embrollo?

Como ves, a la que entramos en esta rueda resulta muy fácil sentirnos mal no, lo siguiente. Por eso, me parece mucho más útil poder entendernos desde la autocompasión, que no infligirnos nuestro propio castigo. Y por autocompasión no me refiero a sentir lástima o pena por nosotros mismos, sino a lo que recoge Brown (2010):

a) Ser amable con uno mismo y comprendernos cuando sufrimos, fallamos o nos sentimos incapaces, en lugar de ignorar el dolor o flagelarnos a través de la autocrítica.

b) Guiarnos por el sentido de humanidad y reconocer que el sufrimiento y la sensación de incompetencia personal forman parte de la experiencia humana compartida; son cosas que todos sufrimos y no cosas que "solo me pasan a mí".

c) Ganar consciencia para adoptar un equilibrio emocional en el que los sentimientos negativos no se supriman ni se exageren y no sobreidentificarnos con los pensamientos y sentimientos que experimentamos.

Sin embargo, debo decirte que tanto si has leído ya otros de mis artículos como si empiezas ahora, verás que no me dedico a recopilar y transmitir recetas fáciles para afrontar la ansiedad, el estrés, el miedo o la culpa en este caso. Primero, porque no las tengo y, segundo, porque aunque las tuviera, no creo que por el simple hecho de leerlas te fueran útiles. Para aprender a gestionar situaciones que causan malestar y sufrimiento como las que te expongo en este artículo y otros a modo de ejemplo, hace falta un trabajo. Para nada tedioso. A veces, difícil, sí, pero gratificante seguro. Así que, en vez de respuestas concretas, lo que sí puedo hacer es:

a) Plantearte situaciones con las que puedas identificarte fácilmente y alguna conexión de conceptos para que empieces a reflexionar sobre ellos. Porque esa es la idea.

b) Acompañarte en la construcción de tus propias respuestas para que sigas tomando decisiones de la forma más autónoma posible. Porque esa es la solución. Tu solución. La mía no te serviría de nada.

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